Esta tarde, Anna, me ha pedido que le hiciera una partida de rol para poder interpretar a su personaje preferido: Cool Girl.
El juego es Super High School, el cual esta bastante avanzado y es muy sencillo, ya que el objetivo es acercar la afición a las familias y especialmente a los más jóvenes. El sistema esta basado en el D6+Atributo+Poder o Talento adecuado, dependiendo de la acción que desee realizarse. Los combates se basan en que los personajes ganar un mínimo de Escenas de combate indicados en la Condición de Victoria asignada al enfrenamiento. En pocas palabras, deben ganar por ejemplo 2 Escenas de Combate de 3.
El Payaso Loco
Como la partida es improvisada, voy a compartir las bases de la historia en esta entrada del blog.
Alguien ha manipulado el sistema climático de Super City, la ciudadela flotante donde se encuentra Super High School.
El calor es insoportable y la mayoría de alumnos y civiles están inconscientes por el terrible calor.
Deben restaurar el aire acondicionado para salvar la ciudad.
Mi hija introdujo ella sola el villano que bautizo como el Payaso Loco y que se escondía en el sótano de la casa de una amiga suya. Al parecer la casa era un acceso a la sala de máquinas de la ciudad y estaba custodiado por un empleado, el cual era el responsable del mantenimiento del sistema de climatización.
Durante el viaje hacia la casa de su amiga debe evitar a los lacayos del Payaso Loco, los cuales atacaran a la heroína con pompas de jabón corrosivas y bolas de chicle superpegajosas. Una vez superado este contratiempo, se enfrenta a la puerta de acceso de la instalación. Esta es una puerta metálica de seguridad que difícilmente podrán abrir sin el código de acceso que se activa mediante un lector de huellas digitales. En la casa hay tres personas, dos adultos (un hombre y una mujer) y una menor (la amiga de la protagonista de la historia)
En la sala de máquinas se encontrará al villano que esta golpeando el sistema de climatización con un martillo gigante. Debe derrotarlo o destruirá la ciudad.
¿Conseguirá Cool Girl superar a su archienemigo y salvar a la ciudad?
No recuerdo cuando me dejaron ver Alien, lo cierto es que todavía me acojona. Si que recuerdo a mi padre diciéndome que durante un viaje a Estados Unidos pudo ver una versión distinta de su segunda parte. Yo en el 79 tenía tres años y cuando estrenaron la segunda, cumplí 10 veranos. No era el momento, que llegó tres años más tarde. De todas formas no es lo realmente importante. Este año se celebra el 40 aniversario de la película y Chema Pamundi ha creado un hilo increíble en su perfil de Facebook sobre las anécdotas del rodaje. Creo que vale la pena unirlos en una única entrada, aunque no será nada corta, pero seguro que os encantara leerla.
Quiero dejar claro que el autor del texto no soy yo y es totalmente original de Chema Pamundi, así que me limitaré a copiar por orden las anécdotas que ha compartido hasta este momento, así como algún vídeo de yotube de alguna escena reflejada en la anécdota.
Gracias Chema Pamundi por este anecdotario tan espectacular y bien narrado.
El próximo 25 de mayo se cumplen 40 años del estreno estadounidense de "Alien" (a España llegó el 25 de septiembre de ese mismo año, 1979). Se están celebrando todo tipo de fastos para homenajear al que pasa por ser uno de los mashups de géneros más seminales de la historia del cine, desde una reedición en bluray de máxima calidad hasta una adaptación a obra de teatro en un instituto (he visto imágenes y es bastante acojonante; se ha convertido en un fenómeno viral hasta el punto de que la propia Sigourney Weaver se presentó allí por sorpresa la noche del estreno).
Por mi parte, de aquí al 25 voy a intentar ir poniendo una fotitow diaria de portada de la peli, y a contar una anecdotilla al respecto.
ALIEN, DIARIO DE ANÉCDOTAS (I)
Dan O'Bannon empezó a escribir "Alien" por casualidad. Estaba en París sin un puñetero duro, malviviendo en casa de su colegui Ronald Shusett, después de la implosión del proyecto de la peli “Dune” de Alejandro Jodorowsky, en el que O'Bannon y Shusett iban a trabajar como técnicos de efectos especiales. Ante la desesperación por haberse quedado sin pasta ni perspectivas de curro, los dos decidieron rescatar del cajón de proyectos inacabados un guión al que le daban vueltas desde hacía años, llamado “Memory”, y que era más o menos lo que acabó conformando la primera mitad de “Alien”. Para la segunda mitad, remozaron otra idea que tenían sobre un bombardero B-17 de la Segunda Guerra Mundial que es asaltado por gremlins, lo mezclaron todo en el túrmix y lo ambientaron en el espacio con el título provisional de “Star Beast”. Una vez completado el guión, se pusieron a pasearlo por diversas productoras, a ver si sonaba la flauta y alguien se lo compraba.
ALIEN, DIARIO DE ANÉCDOTAS (II)
La verdad es que Dan O'Bannoin y Rondal Shusett no tenían demasiadas esperanzas de lograr enchufarle a alguien su guión de "Stear Beast", que en algún momento indeterminado cambió su título por elya definitivo "Alien". De hecho, todos los estudios importantes con los que iban probando suerte se lo rechazaban. Al final sin embargo, el libreto recaló en la pequeña y recién nacida productora Brandywine, propiedad del productor Gordon Carrol y de los directores David Giler y Walter Hill, que estaban buscando algún proyecto con el que debutar y vieron cierto potencial en "Alien": si bien les parecía esencialmente un pastiche de serie B muy cutre, su estructura narrativa era sólida e incluía unas cuantas ideas bastante astutas que merecían trabajarse. Con esas, y pese a las quejas de los dos autores originales, David Giler y Walter Hill reescribieron/pulieron el guión de arriba a abajo con ojos profesionales, entre otras cosas añadiendo personajes nuevos como el androide y el gato, convirtiendo en mujer a la protagonista Ripley (O'Bannon y Shusett la habían escrito con un hombre maduro en mente, e incluso habían fantaseado con que lo interpretase Paul Newman) y decidiendo que la astronave donde tiene lugar el meollo de la acción (que se llamaba originalmente “Snark” y fue rebautizada como “Leviathan” y posteriormente como “Nostromo”) no fuera un vehículo militar sino de carga, y no estuviera tripulado por soldados sino por una suerte de “camioneros espaciales”, de aspecto más cotidiano y vulnerable.
Ronald Shusett
Con estos cambios, ahora sí, 20 Century Fox se interesó por financiar la peli asignándole un modesto presupuesto inicial de 4 millones de dólares. En el contexto post-Star Wars y post-Tiburón en el que empezaba a moverse Hollywood, se consideraba que los blockbusters de ciencia ficción y de terror, si lograba hacerse un producto visualmente digno pero controlando los gastos de producción, podían petarlo a lo grande en taquilla.
ALIEN, DIARIO DE ANÉCDOTAS (III)
John Finch el Keane original
El casting de la película fue un tanto accidentado, entre otras cosas porque el presupuesto era muy limitado y contar con una gran estrella quedaba descartado casi por completo. Aún así se ofreció el personaje del capitán Dallas a Harrison Ford, que lo rechazó en favor de Tom Skerrit. Lo mismo pasó con el papel de la suboficial Ripley, que fue rechazado por Meryl Streep ("Yo no hago películas de terror") antes de que apareciera Sigourney Weaver. Veronica Cartwright ya se había presentado de hecho a las pruebas para hacer de Ripley, pero después de oírla gritar decidieron asignarle el personaje de la piloto Lambert (sus chillidos al morir han pasado a la historia del cine).
John Hurt "el que le sentó mal la cena"
Quizás el caso más curioso sea el de John Hurt: tras haber hecho un par de audiciones y pese a que el director Ridley Scott contaba con él, había tenido que acabar descartando su participación en la película por incompatibilidad de fechas con otro rodaje que ya tenía apalabrado en Sudáfrica; sin embargo, las autoridades sudafricanas le denegaron la entrada en el país al confundirle físicamente con un activista anti-apartheid, y mientras se aclaraba todo el malentendido el actor que iba a interpretar al oficial ejecutivo Kane (Jon Finch) enfermó de diabetes. A pocos días de empezar a grabar escenas, Ridley Scott contactó personalmente con Hurt para suplicarle que volviera al proyecto, y Hurt aceptó. Se pasó un fin de semana leyendo y ensayando el guión por su cuenta y se presentó el lunes en el set de rodaje como un campeón.
Y luego, claro, está lo del propio alien: para interpretar al monstruo se contaba en principio con Peter Mayhew (Chewbacca en "Star Wars"), pero uno de los directores de casting se topó por casualidad en un bar con un artista gráfico llamado Bolaji Badejo, de 2,18 de estatura y extremadamente delgado, ideal para meterse dentro de un disfraz de xenomorfo. Lo contrató allí mismo.
La contratación de Ridley Scott como director fue también una carambola a varias bandas. Dan O'Bannon aspiraba al puesto, pero había tenido pollo fino con David Giler y Walter Hill por su aluvión de cambios en el guión original (incluso les puso una demanda, que ganó, para que ni Giler ni Hill apareciesen en los créditos como guionistas) así que, ante las tensiones crecientes con Brandywine (que duraron hasta el estreno de la película y amenazaron con hacerla saltar por los aires en varias ocasiones) acabó renunciando a dirigir “Alien” a cambio de mantenerse como asesor de diseño y de efectos especiales. El siguiente nombre evidente era el del propio Walter Hill, por ahorrar costes y por implicación personal en la producción, pero a esas alturas estaba ya muy quemado debido a las broncas con O'Bannon de modo que, en cuanto su versión reescrita del guión tuvo luz verde, simplemente se quitó de en medio buscándose otra película que dirigir en paz ("The Warriors, los amos de la noche").
Lo que sufrió Ian Holm, ya lo leeréis...
Por lo tanto, Brandywine y Fox empezaron a mirar hacia todas partes en busca de director. Spielberg y De Palma declinaron la oferta al estar ya liados con otros proyectos, y Tobe Hopper puso tantas condiciones chungas que lo descartaron tras un par de reuniones estériles. Al final de la lista figuraba el nombre de Ridley Scott, joven director publicitario que había alcanzado cierta fama gracias a un anuncio de Apple Computers estilo "1984", y que hacía poco había estrenado su primer largometraje, "Los duelistas", con un éxito muy limitado de público pero una fenomenal recepción crítica. Scott estaba en preproducción de "Tristan e Isolda" pero no tenía guión ni financiación (con los años, "Tristan e Isolda" se acabaría convirtiendo en su ballena blanca: un proyecto constantemente frustrado). Decidió echarle un ojo en serio al guión de “Alien”... y flipó. A pesar de que había recibido el libreto hacía dos meses y que desde entonces no había dado señales de vida (no le interesaban particularmente el terror ni la ciencia-ficción), llamó a Brandywine para ver si la silla de director aún seguía vacía. 48 horas después estaba en un avión de camino a Los Ángeles. La película era suya.
ALIEN, DIARIO DE ANÉCDOTAS (V)
H.G Giger
El equipo artístico que se reunió para diseñar visualmente "Alien" fue apabullante para los estándares de la época. Incluía nombres como los de Ron Cobb, Chris Foss, Jean Giraud "Moebius", H. R. Giger o el propio Dan O'Bannon, quien adjunto a su versión original del guión había aportado ya numerosos dibujos conceptuales que se utilizaron como punto de partida. Varios de los artistas mencionados venían, al igual que O'Bannon, rebotados de la película "Dune" cancelada de Alejandro Jodorowski. De hecho, O'Bannon fue quien propuso fichar a H. R. Giger, del que era fan absoluto. Tuvo que batirse bien para ello, insistiendo de manera machacona en cada reunión de preproducción, sobre todo porque a los productores no les convencía nada su obra (“¡Este tío está enfermo!” llegó a decir uno de ellos al ver algunos de sus dibujos), pero también porque el mismo Giger se sentía estafado por la industria del cine, tras haber estado trabajando intensamente para “Dune” sin cobrar un clavel. Finalmente fue contratado, aunque en un principio su participación fue de apoyo, limitada a pintar paisajes y grandes estructuras, mientras los más tradicionales Cobb y Foss se encargaban de los diseños principales, incluyendo el alien. Ambos parecían enzarzados en una competición por crear más material que el otro, y el resultado de todo aquello fue un aluvión de ideas un tanto deslavazado, desde naves físicamente imposibles hasta un monstruo que parecía un pavo de navidad mal cocinado. “Alien” tenía a los mejores diseñadores visuales, pero no tenía una personalidad visual propia.
Fue Ridley Scott quien vino a poner orden en aquel caos. Scott era otro buen dibujante conceptual acostumbrando a crear storyboards muy detallados, así que centró a los artistas en tareas concretas (Moebius, traído personalmente por él, se encargó de manera exclusiva del diseño de vestuario, desde la ropa de trabajo de los personajes hasta sus trajes espaciales). Aparte de eso, hizo multitud de bocetos sobre cómo quería que luciesen las cosas y amalgamó varios de los diseños que le presentaban, combinando lo mejor de cada uno de ellos (el descomunal remolque de minerales de la Nostromo, una especie de "catedral espacial" que mezcla dibujos de Foss y Cobb, le debe mucho a eso).
En cuanto al propio alien, Scott no quería bicharracos clásicos con garras, masas informes de tentáculos y ese tipo de mandangas, y se temía tener que chuparse varios meses de bocetos al respecto sin encontrar nada que no le pareciese ridículo. Sin embargo, ahí apareció de nuevo Dan O'Bannon, que seguía defendiendo a H. R. Giger a ojos de todo el mundo. En cuanto Scott llegó a Hollywood, O'Bannon le puso delante de las narices el libro de ilustraciones "Necronomicon" del artista suizo, y a Scott le explotó la cabeza. Basándose en ese libro, le asignó de inmediato a Giger un rediseño completo del alienígena (la inspiración principal del alien adulto fue una ilustración concreta, “Necronom IV”, que le flipaba especialmente), así como de toda la imaginería relacionada con él. “Alien” fue adquiriendo así, poco a poco, el aspecto enfermizo de un cuento de terror lovecraftiano ambientado en el espacio. Algo completamente distinto a nada que se hubiera visto hasta entonces en una gran pantalla.
Los plazos para empezar a rodar se acortaban peligrosamente, y el proceso de preproducción seguía dominado por cierto desorden. No se tenía claro lo que se iba a filmar y lo que no (aparecían y desaparecían escenas del “guión definitivo” casi a diario), ni qué aspecto iban a tener los decorados con un presupuesto de 4,5 millones de dólares que parecía claramente insuficiente. ¿Cómo pones en marcha una película artísticamente tan compleja cuando vas corto de tiempo y, sobre todo, de pasta? Un buen principio es contratar a un diseñador de producción eficiente. El de “Alien” era Michael Seymour, colega de Ridley Scott en su etapa publicitaria, y esta era su primera película importante. Se trataba de un tipo sensato, metódico y astuto a la hora de exprimir al máximo cada dólar, aunque nunca se las había visto tan tiesas como con “Alien”, una película que debía resultar barata pero al mismo tiempo parecer cara.
Para ayudarse a pensar sobre cómo desenredar aquel nudo gordiano, Seymour se fabricó una maqueta de cartón de las tres cubiertas de la Nostromo; y entonces, contemplándola, se le ocurrió una idea loquísima pero, en el fondo, de lo más pragmática: en lugar de construir los decorados por separado se construiría sólo uno, que básicamente sería toda la puñetera nave a tamaño natural. Parecía una locura, pero en realidad era una genialidad que ahorraba un montón de tiempo y dinero, los dos aspectos del rodaje que más tensionaban a todo el mundo. Así no habría que estar desplazando personal y cámaras entre distintos platós, ni volver a iluminar los decorados y prepararlos desde cero antes de cada escena, y los actores se verían inmersos todo el rato en un entorno orgánico, que parecía real, lo que a su vez significaba tener que repetir menos tomas. Para ayudar todavía más en ese aspecto, el puente de mando se construyó de manera completamente utilitaria: las pantallas de las consolas se encendían y mostraban información de vuelo, los botones que había que pulsar en los teclados tenían funciones, los asientos de pilotaje se desplazaban en sus rieles, las puertas hidráulicas se abrían y se cerraban, etc. A todos los efectos relevantes de cara al rodaje de “Alien”, la Nostromo existía.
Algunos aspectos concretos de la nave fueron un quebradero de cabeza tremendo. Por ejemplo, la sala de hibernación. No se lograba un diseño convincente ni se consideraba un elemento dramático imprescindible, y de hecho se debatió la idea de eliminarla y santas pascuas, hasta que alguien propuso “Hagamos que sea como una flor a la que se le abren los pétalos” y a todos les pareció una ocurrencia sensacional.
Otro elemento peliagudo fue la pata de aterrizaje, de diez metros, que se puede ver contactando con la superficie del planeta alienígena y aplastando una roca. También se contempló quitarla del guión, pues al fin y al cabo aparecía sólo en algunos planos de detalle para reforzar la sensación de “mole” de la Nostromo, pero al final se encontró un modo de fabricarla por poco dinero usando madera y fibra de vidrio, y de rodar el inserto de manera resultona con mucho humo y polvo expulsado por ventiladores. Finalmente, los conductos de ventilación por los que se mueve el alien fueron quizás el elemento que más se modificó de la mesa de dibujo a la pantalla. La idea original era que fuesen corredores amplios, por los que el xenomorfo avanzase saltando de pared a pared, pero en las pruebas de rodaje se comprobó que la cosa quedaba ridícula (cantaba mucho que lo que el espectador tenía delante era un tipo disfrazado de monstruo). Por lo tanto, y esto fue decisión directa de Ridley Scott, se tomó la vía opuesta: hacer los conductos de ventilación lo más estrechos y angostos posible, y mostrar muy poquito al alien, empleando en su lugar un recurso narrativo que se convertiría en icónico y sería copiado en multitud de pelis posteriores: el bicho convertido en un punto verde al que vemos avanzar en el monitor de un sensor de movimiento.
ALIEN, DIARIO DE ANÉCDOTAS (VII)
El otro punto principal de los decorados de la película era todo lo referido al planeta y el pecio alienígenas. Ahí, Giger reinaba a sus anchas imponiendo todo lo que diseñaba. Los productores, a quienes seguía sin gustarles el tipo (les parecía desagradable que para fabricar sus obras, aparte de plástico y fibra de vidrio, utilizase huesos), habían logrado marginar a uno de sus principales defensores, Dan O'Bannon, relegándolo a un despacho de Londres con un buen sueldo como asesor conceptual, a cambio del cual no estaban obligados a hacer caso a ninguna de sus sugerencias. Sin embargo, el otro gran valedor del suizo era el propio director de la peli, Ridley Scott, y ahí no había nada que hacer: Scott daba libertad creativa total a Giger, y cuando le llamaban desde arriba para quejarse se hacía el loco hasta que las propias apreturas de agenda de la producción obligaban a aceptar lo que había entregado Giger... porque no había otra cosa. Por ejemplo, cuando se fichó a Roger Dicken como técnico de F/X del filme (se ha dicho a veces que fue Carlo Rambaldi, pero en realidad estaba ocupado y sólo pudo encargarse de fabricar una cabeza de xenomorfo articulada), este manifestó preferir que el alien fuera “una criatura hermosa” y empezó a mandar a Scott rediseños propios basados en dinosaurios, que Scott ignoró educadamente igual que si oyera llover.
H.R Giger
Giger, como el artista gráfico total que era, no sólo diseñaba los decorados sino que luego llevaba buena parte de la voz cantante en su construcción física, trabajando estrechamente con Scott y a menudo acabando piezas de un día para otro, mientras el resto del equipo le esperaba para poder rodar en ellas. Scott había convencido a sus jefes de estirar un poco el presupuesto de “Alien”, desde los irrisorios 4,5 millones de dólares iniciales a unos ya más decentes 9, pero no a los 13 que según él habrían sido necesarios (en 20 Century Fox se negaban a que el asunto costase más que “Star Wars”), y tampoco había logrado ampliar los plazos de rodaje. Todo ello obligó a Giger a encontrar un compromiso entre sus ideas locas y lo que era capaz de asumir una producción de Hollywood sin implotar.
Por ejemplo, tuvo que adaptar sus diseños para el paisaje del planeta, teniendo en cuenta que no iban a poder rodarse a tamaño natural sino en miniatura. A fin de evitar que se vieran falsos, Scott rechazó filmarlos como fondos pintados sobre un cristal con pinturas mate, que era un trucaje óptico muy habitual en la época; en lugar de eso solventó la escena del paseo de los astronautas haciendo que fuese nocturna, lo cual permitió disimular las maquetas de cartón piedra a base de iluminación y humo. De igual modo, Giger y Scott tiraron de pragmatismo para simplificar el puente de mando donde está el fósil del astronauta alienígena: cuando tocaba empezar a construirlo el rodaje acumulaba ya tres semanas de retraso y no quedaba apenas dinero, así que salvaron el match-ball creando sólo medio decorado y montándolo sobre una plataforma giratoria en la que poder irle dando la vuelta para rodarlo desde todos lados. Otros diseños se reutilizaron de manera creativa, como la pared de entrada al pecio, que se giró boca abajo y se filmó a una escala distinta para representar sus pasillos interiores, o como el silo de los huevos, que se representó usando el mismo espacio donde estaba el fósil del piloto (apañando cuatro cambios en las paredes y el suelo).
Muchas ilustraciones de Giger simplemente se quedaron en el papel, desechadas por ser imposibles de incluir en la película, y es justo recordar que se ha vuelto sobre ellas en casi todas las entregas posteriores de la saga. Las víctimas que incuban revientapechos mientras están inmovilizadas por la resina de los xenomorfos en “Aliens”, el pozo de cría o el aspecto cadavérico del híbrido alien-humano en “Alien: Resurreción”, la descomunal pirámide y el mural/jeroglífico que explica el ciclo vital de los bichos en Prometheus... todo eso son diseños descartados de “Alien”. 40 años más tarde, la franquicia sigue viviendo de ellos. Así pues, si tuviéramos que definir lo que fue “Alien” usando un solo nombre, ese nombre sería sin duda el de H. R. Giger.
ALIEN, DIARIO DE ANÉCDOTAS (VIII)
Llegados a este punto no sorprenderá a nadie descubrir que el rodaje de “Alien”, que se llevó a cabo mayoritariamente en los estudios Shepperton, cerca de Londres, fue una prueba de resistencia física y mental para todo el mundo. Empezó un 5 de julio y se cerró un 19 de octubre, tras catorce semanas frenéticas y no del todo bien aprovechadas por los parones constantes para reescribir escenas, acabar maquetas a medio hacer o simplemente llenar los decorados de humo, humo, ¡HUMO!. Según se cuenta, Ridley Scott se pasó más tiempo supervisando que la cantidad de humo en cada toma fuese la correcta por motivos de continuidad, que dando instrucciones dramáticas a los actores (en la fase de casting había tenido la previsora iniciativa de redactarles a cada uno una biografía sobre sus personajes, y solía remitirles a ella cuando tenían dudas sobre cómo interpretar algo).
Pese a los ruegos de O'Bannon, Scott, Giger y compañía, no hubo manera de conseguir más tiempo de rodaje, entre otras cosas porque el set estaba ya apalabrado para empezar una producción distinta dos días más tarde y había que desmontarlo todo. Los nervios acumulados hicieron a Ridley Scott desarrollar un tic de parpadeo, y alguna que otra vez se le vió dándole un puñetazo de frustración a un decorado. Solía pedir que le avisaran cada mañana cuando llegase Yaphet Kotto (que interpretaba al ingeniero jefe Parker), para poder esconderse y no tener que discutir con él, porque era el típico actor acostumbrado a improvisar y que quería cambiar diálogos, o incluso situaciones, en cada puñetera toma (verídico: “Ridley... eh, Ridley, he tenido una idea ¿y si el alien no me mata? ¿Y si en vez de eso lucho con él y ME LO CARGO?”; facepalm de Ridley Scott...).
Menuda tortilla de patatas. ¡Peazo huevo!
Así pues, se buscaron soluciones creativas para poder rodar a toda pastilla y con resultados que diesen el pego escenas que en condiciones normales hubiesen requerido más reflexión y muchas más horas de trabajo. Aquí van algunos ejemplos, no particularmente mejores que otros:
- A fin de dar un aspecto más ominoso y auténtico a la sala de los huevos, le añadieron una especie de “membrana lumínica de alerta” usando un cañón de láser prestado por la banda de rock The Who, que estaba instalada cerca de Shepperton probando efectos de luz para su nueva gira.
- Cuando querían que el gato Jonesy reaccionase asustado o enfurecido (en realidad se usaron cuatro gatos distintos, según la toma) le ponían delante un pastor alemán tapado con una tela y, justo antes de gritar “¡Acción!”, se la retiraban de pronto (el equipo se refería al pastor alemán como “el profesor de interpretación de Jonesy”).
- El gesto de estrangulamiento del abrazacaras en el cuello de Kane (John Hurt) se logró untándole la cola con vaselina, atándole una cuerda de piano a la punta y tirando de ella. No había tiempo para trucajes más elaborados y la cosa sólo funcionaba a nivel visual si el plano duraba uno o dos segundos, pero el efecto final en pantalla resulta perfecto.
- El característico babeo pegajoso del alien adulto nació de la necesidad de disimular de algún modo las piezas del mecanismo hidráulico que movía las distintas partes de su cabeza, y que eran demasiado visibles en los primeros planos. Decidieron aprovechar el propio lubricante que empleaban para engrasarlas, vertiéndolo en cantidades exageradas y simplemente convirtiéndolo en otra de las características inquietantes del bicho.
- Para lograr que el decorado de la entrada a la nave alienígena pareciese todo lo enorme que requería el guión, y dado que resultaba impensable construirlo a escala real, se optó por usar como dobles de los astronautas a tres niños, que por cierto eran los tres hijos del propio Scott (y aquí cabe una sub-anécdota que resume bastante bien la presión del rodaje: los actores adultos llevaban días quejándose de que con los trajes de astronauta puestos se asfixiaban, pero no fue hasta que uno de los hijos de Scott se desmayó grabando una toma, que el director accedió a parar durante unos días para instalar un sistema de oxigenación en los cascos).
Ah, y por supuesto, está el rodaje de la escena del revientapechos. Pero eso merece su propio capítulo...
Joder macho eso tiene mala pinta...
ALIEN, DIARIO DE ANÉCDOTAS (IX)
El elemento de F/X más importante de "Alien", de lejos, era el del revientapechos saliendo de dentro de Kane. En los storyboards estaba claro que se trataba de la escena que marcaría el tono de la cinta... para bien o para mal, porque nadie estaba seguro de cómo iba a dar en pantalla. En palabras de Scott: “Desde un punto de vista técnico, estábamos más preocupados por eso que por ningún otro trucaje”. La sensación dominante era que, si no resultaba convincente, toda la película se desmoronaría a ojos del espectador.
Parece que le gusto y repitió en Spaceballs
En la escena se utilizaron tres muñecos distintos de monstruito: uno que atravesaría el pecho de Kane, otro que a continuación miraría brevemente a la tripulación de la nave en plan “Hola qué tal”, y un tercero que se largaría serpenteando a toda castaña por la mesa. Los actores no sabían prácticamente nada sobre la muerte de Kane, sobre el ciclo vital del alien ni sobre el aspecto que tendría en esa fase (los modelos nunca se les enseñaban hasta que tenían que interactuar con ellos por primera vez ante la cámara). Los únicos que estaban más o menos al tanto de lo que iba a ocurrir eran John Hurt (la víctima, claro) y Tom Skerritt, que se coló un día antes a fisgonear en el set y pudo hacerse una idea aproximada.
La escena necesitó dos días para completarse. Durante el primero, se rodó la parte en la que a Kane le entra el “corte de digestión” y empieza a gritar y revolverse de dolor mientras lo tumban sobre la mesa para tratar de atenderle. Eso fue rápido. El segundo día tocaba el reventón en el pecho y el alien asomando, y ahí la cosa ya se complicaría. Los técnicos de efectos especiales abrieron un agujero en la mesa, a través del cual se colocó a John Hurt y se le ajustó un torso falso, en cuyo interior se había dispuesto la marioneta del bicharraco (que se operaba manualmente mediante una varilla de metal), rodeada de órganos de animales comprados en una carnicería. Entonces se hizo entrar en el plató al resto de los actores, que fliparon al ver a Hurt repantingado en la mesa fumando un pitillo, y a todo el equipo ataviado con impermeables. Hasta las cámaras estaban cubiertas por plásticos. “Oh Dios, el olor – el olor era terrible”, recuerda Sigourney Weaver. ¿De qué iba todo aquello?
Total, los actores están en sus posiciones: John Hurt (Kane) tumbado. Yaphet Kotto (Parker), Tom Skerritt (Dallas), Ian Holm (Ash) y Harry Dean Stanton (Brett) agarrándolo. Sigourney Weaver (Ripley) y Veronica Cartwright (Lambert) contemplando el drama a cierta distancia. Bajo la mesa un par de marionetistas. Se pasa la claqueta... Ridley Scott grita “Acción”... John Hurt empieza a forcejear... algo se le mueve en el pecho... y resulta que la camiseta no se le rompe. “¡Corten!”. Scott maldice. Los actores, salvo Hurt y Skerritt, no acaban de entender qué es lo que ha pasado ni qué se supone que tenía que pasar. Varios técnicos se arremolinan en torno a John Hurt y hacen pruebas. Tratan de debilitar el tejido de la camiseta con ácido. “A ver, inténtalo ahora." "Ok, ¿se rompe?” “No, aún no. Empuja más fuerte.” "Vale, ¿y ahora?" “Nada, no funciona.” Al final Roger Dicken, el máximo responsable de los efectos especiales, soluciona el problema por las bravas haciendo una minúscula incisión en la camiseta con unas tijeras, en un ángulo en el que la cámara no la muestre. Muy bien, listos.
Segunda toma. Ridley Scott está cada vez más tenso porque el trucaje en sí se puede repetir las veces que haga falta, pero la cara de asombro de los actores dejará de ser genuina en cuanto deduzcan el desenlace de la secuencia. Al cuarto intento, todo funciona por fin como es debido: la camiseta se rompe, el pecho de Kane explota y el chorro de sangre salta por los aires acertando en plena cara a Veronica Cartwright, que agita las manos y lanza UN GRITO que ya te digo yo que no figuraba en el guión.
¡Ostia que susto!
Tras eso, Roger Dicken se mete bajo la mesa para manejar el segundo títere en el plano cerrado en el que el revientapechos echa un vistazo a su alrededor, y finalmente se rueda el momento en el que sale zumbando, para lo cual se monta la tercera marioneta sobre una plataforma con ruedas de la que tiran con un cordel, mientras una botella de aire comprimido hace que se le agite la cola locamente. Incluso alguien tan difícil de impresionar como Giger, que está allí de mero espectador, se queda atónito ante el resultado. “No puedo esperar a ver cómo queda esto en la película”.
Entrañas de animales, tres marionetas, un poco de sangre falsa, un cordel y una botella de aire comprimido. Historia del cine.
ALIEN, DIARIO DE ANÉCDOTAS (X)
La producción se completó justo en las fechas programadas, pese a algún traspié de última hora como la destrucción de parte del fósil de piloto alienígena, debido a un incendio accidental (por suerte ya no lo necesitaban para nada), o el rodaje “corre-corre que me meo” del final de la película: Scott se las había ingeniado para colarles a los productores un “cuarto acto sorpresa” que no estaba en el guión, ambientado en la lanzadera de salvamento Narcissus, a condición de que no costase más dinero y que se rodase en un par de días como mucho. Lo logró a base de hacer tomas únicas de casi todo y de renunciar al clímax original que tenía en mente (quería que el xenomorfo le arrancase la cabeza a Ripley, la devorase y de ese modo adquiriese capacidad para imitar su voz y transmitir un falso S.O.S. que atrajese a otras naves) en favor de la resolución más convencional que podemos ver en la película (y que, digámoslo claro, es mucho menos absurda). De ese modo casi improvisado, “Alien” dio forma a un truco dramático que acabaría definiendo todo el cine de terror posterior: el falso final en el que parece que han matado al malo... pero el muy hijoputa vuelve a aparecer.
No se va ni con lejía
Finiquitado ya oficialmente el rodaje, empezó la fase de postproducción. Scott se mudó al estudio de Brian Johnson, uno de los técnicos de efectos especiales, a fin de poder supervisar los planos de maquetas que faltaban por grabar, mientras él iba montando el filme junto con el montador Terry Rawlings. En la 20 Century Fox daban por hecho que la postproducción de un largometraje de gran formato como “Alien”, en el que había numerosos departamentos trabajando de manera simultánea en tareas bien delimitadas y ya muy avanzadas, sería coser y cantar. Sin embargo, eso es porque no conocían a Scott, un perfeccionista obsesivo que quería supervisarlo todo y que, por lo tanto, lo ralentizaba todo. Cada día se revisaba los copiones y siempre había algo que no le gustaba; y así fue, por ejemplo, como el número de tomas que había que hacer de la maqueta de la nave Nostromo aumentó desde unas pocas decenas hasta casi un centenar, o como hubo que repetir enterita la escena de la cabeza decapitada del androide Ash hablando encima de la mesa, lo cual significó tener que volver a armar un decorado y llamar de nuevo al actor Ian Holm.
No es el mismo gif...
La maqueta de la refinería que arrastra la Nostromo fue más difícil de crear que la de la propia astronave, cuyo diseño estaba mucho más definido y era mucho más estándar. Scott quería que la estructura de la refinería pareciese una catedral... pero no un castillo de cuento infantil (esas eran el tipo de indicaciones esotéricas que daba). Al final, los maquetistas improvisaron bastante sobre los planos y bocetos originales, comprando montones de cajas de maquetas de aviones y barcos de guerra en tiendas de modelismo y pegando piezas por todas partes, hasta conseguir dar al conjunto ese aspecto gótico y ampuloso, pero a la vez funcional y creíble, que se pretendía. Una vez completado el enorme armatoste, se montó sobre raíles y se filmó deslizándose a cámara lenta, para que hasta el más mínimo detalle de su superficie quedase nítidamente enfocado.
El montaje en sí, mano a mano entre Scott y Rawlings, consistió principalmente en limar metraje, acortando escenas o, en algunos casos, eliminándolas por completo (ahí se cayó el momento en el que Ripley se encuentra a un Dallas semiconvertido en huevo de alien), a fin de lograr una narrativa compacta, de menos de dos horas, sin un solo momento muerto y que “mostrase sin mostrar”, siguiendo el canon que había establecido cuatro años antes Steven Spielberg en “Tiburón”.
Para la banda sonora, el último elemento importante que quedaba por decidir, Scott propuso al japonés Isao Tomita, un pionero de la música ambiental y clásica con bases electrónicas, pero los productores contestaron que ni hablar de contratar a un autor que jamás había trabajado para el cine, así que la solución intermedia fue Jerry Goldsmith, compositor solvente, de sobrado prestigio y con experiencia en el género de ciencia-ficción. Goldsmith tenía ideas bien distintas a Scott sobre cómo debía sonar la película: el músico imaginaba piezas de un lirismo romántico, que destacarían la majestuosidad de la Nostromo y que luego irían derivando paulatinamente hacia el suspense, mientras que el director quería algo más frontal y directo, que diese canguelo y sacase al espectador de su zona de confort desde el minuto uno. De nuevo, la voluntad de Ridley Scott fue la que se impuso, y Goldsmith se vio obligado a recomponer partes importantes de la banda sonora varias veces. Aún así, Scott y Rawlings acabaron remontando diversos temas para ajustarlos tal y como querían a las secuencias, e incluso colaron alguno de una película anterior de Goldsmith (“Freud, la pasión secreta”), simplemente porque era la música de sustitución que habían estado utilizando durante las primeras fases del montaje, y se habían acostumbrado a ella (y hay que admitir que queda mejor que en la propia cinta para la que se compuso originalmente).
Con eso, “Alien” quedó definitivamente lista. Ya sólo faltaba enseñársela al público.
ALIEN, DIARIO DE ANÉCDOTAS (XI)
La versión terminada de “Alien” tuvo dos pases de prueba en la primavera de 1979. En realidad la fecha de estreno estaba tan cercana que, si a esas alturas quedaba algo en la película que estuviese mal, ya no había vuelta atrás ni tiempo para arreglarlo. Pero bueno, tocaba pasar el trago. El primer "test screening", en St. Louis, se vio marrado por fallos graves de sonido que produjeron diversos parones en la sesión y dejaron al público entre frío y confuso. El segundo pase tuvo lugar en Dallas. La cola para entrar al cine, formada mayoritariamente por universitarios, daba la vuelta a la manzana. Sólo se les había informado de que iban a ver “una película de ciencia-ficción” pero, como ya dije en un post anterior, en la época de "Star Wars" eso parecía ser estímulo más que suficiente.
La sala está a reventar, con varios ejecutivos de la Fox mezclados entre el público, incluyendo a Alan Ladd Jr., presidente de la división cinematográfica de la compañía. Ridley Scott, un tipo de talante cerebral y tranquilo, anda tan atacado de los nervios que ha tenido que abandonar su asiento y ponerse a dar vueltas alrededor del edificio. Durante la proyección alternará visitas al bar y de vuelta a la sala, asomando por la puerta y preguntándole al primer miembro del equipo al que se encuentre “¿Qué tal? ¿Por qué escena vamos?”. A media hora de que la película termine, Scott vuelve a acercarse y se queda atónito: en el vestíbulo hay una cincuentena de personas que han tenido que salir, por la tensión acumulada. No quieren seguir mirando... pero no pueden dejar de hacerlo, a través de la cortina de acceso, mientras se tapan parte de la cara y musitan “Oh, Dios mío... Dios mío...”.
Yo sigo acojonado
En esas, el dueño del cine le pone a Scott un brazo en el hombro y le explica que, desde la primera aparición del abrazacaras, aquello se ha convertido en una locura, y que tras la muerte de Kane con el revientapechos, durante varios minutos ni siquiera se oían los diálogos, sólo a la gente gritando. Scott alcanza a ver en sus butacas a Ronald Shusett y Dan O'Bannon, los que empezaron todo aquello en un piso de París rescatando un viejo guión para pagarse el alquiler; están disfrutando como locos, más pendientes de la reacción del público que de lo que pasa en pantalla (que ya se lo conocen de memoria). Un espectador se ha fracturado un brazo intentando abandonar la sala, presa del pánico. En el lavabo hay encerradas más de cuarenta mujeres que dicen que, hasta que la proyección no termine, no salen. Un acomodador se ha desmayado al ver cómo Parker decapitaba a Ash de una hostia. Los únicos precedentes que se recuerdan a un preestreno así son los de “Psicosis”, “La matanza de Texas”, “El exorcista”... O sea, éxitos.
Gente acojonada abandonando el cine
Ahora la 20 Century Fox sí que está asustada. Esperaban un resultado final impactante, pero quizás esto es DEMASIADO impactante. “¡Nos van a censurar en todos los cines del país!”. Scott les convence, no obstante, de que la película está perfecta tal y como está, de que lo que tienen entre manos no es sólo un bombazo de taquilla en ciernes sino un fenómeno con potencial para escribir una página en la historia del séptimo arte. El montaje de la película se respeta, con unos mínimos cortes de Scott para afinar aún más el ritmo narrativo, y el 25 de mayo de 1979 "Alien" se estrena en Estados Unidos. El público la adora desde el minuto uno. En el Garuman's Egyptian Theatre de Hollywood Boulevard se proyecta en sesiones continuas ininterrumpidas durante tres días, con carteles de “Sold Out” en todas ellas. La oficina del agente de Sigourney Weaver se llena de ramos de flores y de regalos de espectadores (sobre todo mujeres) dándole las gracias. Derek Vanlint, el director de fotografía, recuerda un pase: “Toda la sala estaba conteniendo la respiración, y entonces Ripley decide volver atrás para rescatar a Jonesy... y se oye a un tipo gritar ¡DEJA-AL-PUTO-GATO!”. En un santiamén, y contando únicamente el mercado americano, la película recauda 60 millones de dólares. Seis veces lo que costó.
Jodido Jonesy es más duro que un marine
Buena parte de la crítica, en cambio, la acoge con reservas. “No corra a verla esperando el ingenio de Star Wars o las pretensiones metafísicas de 2001 y Encuentros en la tercera fase” (Vincent Canby, The New York Times). “Te agarra, te zarandea y te retuerce el estómago; es más impactante que buena, pero a la gente parece no importarle; creen que es estupenda porque al menos les hace sentir algo, aunque sea sentir que han sido maltratados” (Pauline Kael, New Yorker). “Violencia repulsiva, babas y sustos, lo que al parecer es la idea de la diversión que tienen algunos” (Leonard Maltin, Movie Guide). “Básicamente, un thriller intergaláctico de casa encantada” (Roger Ebert, Chicago Sun-Times). Otros analistas fílmicos la defienden con entusiasmo, pero a muy pocos en general les parece relevante que sea quizás la primera superproducción de acción protagonizada por una mujer (antes de eso... ¿“Barbarella”?). The Guardian concede a regañadientes que Sigourney Weaver “no lo hace mal”. El New York Daily News dice de manera burlona que algunas mujeres pueden sentirse identificadas al ver quien es la “heroína” de la historia (sí, con la palabra “heroína” entrecomillada). Variety se queja de que Ripley dice demasiadas palabrotas.
Décadas más tarde, a toro pasado y ante la imposibilidad de negarle el estatus de clásico popular y de haberse ganado un lugar entre las obras más influyentes de la historia del cine, muchos de esos críticos revisarían sus opiniones. Leonard Maltin dijo explícitamente arrepentirse de haberla machacado: “En realidad me dio muchísimo miedo, pero también me incomodó más de lo que podía tolerar, y escribí una crítica que reflejaba eso; al cabo de veinticinco años, cuando Ridley Scott la retocó y la reestrenaron, me di cuenta de que era una obra maestra y cambié por completo mi crítica”. Uno de los ejemplos más chocantes fue el de Roger Ebert, que reescribió su reseña dándole 4 estrellas (el máximo, según su baremo de puntuación) e incluyéndola en su libro “Las grandes películas”, con frases como “Aún hoy en día sigue vibrando con una intensidad oscura y escalofriante”. Tócate los cojones, Roger...
Criticar para tocar las narices y luego aplaudir verdaderas....
Parece claro que, más que no gustar a los críticos, “Alien” les descolocó. Acostumbrados a marcar tendencias, les costó tragar que algo realmente innovador les hubiese pasado por encima y que hubiese sido el público quien lo estipulase como tal. En contraposición a la ciencia-ficción luminosa y esperanzadora propuesta por los grandes taquillazos de Lucas, Spielberg o incluso Kubrick, “Alien” tenía un discurso retorcido, cínico y amoral, explicaba que el universo es un lugar sucio, oscuro e injusto, que los buenos no siempre ganan, que morimos solos y con dolor, y que el dinero y el poder (personificados en la compañía, que considera “sacrificable” a la tripulación de la Nostromo) lo pudren todo. El horror cósmico y nihilista de “Alien” dejaba en muy mal lugar al ser humano y, precisamente por eso, conectaba muy bien con él. Porque mirarnos en el espejo quizás no nos guste, pero nos fascina.
En un mundo más acostumbrado a tomarse a la ciencia-ficción en serio, “Alien” debería haber sido nominada como mínimo a media docena de categorías mayores en su edición de los Oscar, incluyendo actriz principal (Sigourney Weaver), actor secundario (Ian Holm) y director (Ridley Scott). En lugar de eso tuvo que conformarse con las habituales nominaciones técnicas: dirección artística (que perdió ante “All That Jazz”) y efectos especiales (que ganó sin discusión frente a “El abismo negro”, “Moonraker”, “Star Trek” y “1941”). Durante la ceremonia, H. R. Giger acabó hasta las narices de que los presentadores pronunciaran mal su nombre cada puñetera vez (le llamaban “Geiger”, como el contador), pero cuando Farah Fawcett exclamó por fin lo de “And the winner is...” se le pasaron todos los males, hasta el punto de que salió corriendo hacia el escenario sin esperar a sus colegas.
Y entonces, durante el verano de 1980, a pocos meses de cumplir los 12 años, yo vi “Alien” por primera vez...
ALIEN, DIARIO DE ANÉCDOTAS (y XII)
Pues hemos llegado al final de esta serie de posts, que empezaron con la intención de ser un anecdotario casual para celebrar el 40 aniversario del estreno de "Alien", pero que por petición popular se han acabado convirtiendo en un making-off condensado, que me ha obligado a volver a revisionar la película (ya ves tú, EL DRAMA...) y repasar buena parte de mi biblioteca al respecto. Faltaba aún un capítulo por narrar, y era el que justifica que haya escrito los once anteriores: el capítulo de mi relación personal con "Alien".
Vi “Alien” por primera vez en julio o agosto de 1980 (es decir, unos 10 u 11 meses después de su estreno en España), a punto de cumplir los 12 años. A esa edad solía veranear con mi familia en Tossa de Mar, donde había un par de salas de cine que durante el periodo estival hacían sesiones semanales reponiendo los títulos más taquilleros del curso anterior, con el plus de que, al ser cines de pueblo, no había restricciones de edad: allí dejaban entrar a todo el mundo. En Tossa de Mar fue donde me enganché a ver cintas "no aptas" (nada atrae más a un crío que asomar la cabeza en el mundo de los adultos), afición que luego seguí alimentando en cines de reestreno de Barcelona como el Céntrico, el Texas o el Cinestudio Spring, donde tampoco miraban las edades y así pude meterme entre pecho y espalda cosas como “El tambor de hojalata”, “Bienvenido Mr. Chance”, “La noche de Halloween”, “10, la mujer perfecta”, “All That Jazz” o la “Lili Marleen” de Fassbinder (como puede comprobarse, mi criterio principal era "si tiene buenas críticas y no es para mi edad, necesito verla"). Luego iba al cole, se lo explicaba a mis amigos y me miraban como si fuera un lunático. Normal.
Me había tirado más de un año entero pensando en "Alien" de forma obsesiva, desde que viera por casualidad las primeras imágenes en TVE (supongo que en algún programa dedicado al séptimo arte como "Gaceta Cultural", "24 imágenes por segundo" o similar). Me había quedado hipnotizado mirando en la calle el cartel con el huevo y la frase “En el espacio nadie puede oir tus gritos”. Me había memorizado la sinopsis que aparecía en la cartelera de la revista Teleprograma. Me había comprado la descomunal adaptación a cómic de Archie Godwin y Walter Simonson y la tenía desencolada de tanto releerla, pese a que no entendía muy bien algunas partes (por ejemplo, me dejaba loco que Ripley dijera “Madre” en medio de ciertas frases, como si fuera Paco Martínez Soria: “¡Madre, he desactivado el sistema de autodestrucción! ¡Madreee!”; luego entendí que es que el ordenador de la Nostromo se llamaba así: “Madre”). Imaginaba que todo aquello, en pantalla grande, iba a ser la rehostia. Contaba los días para que llegara Tossa de Mar y el cine de verano, mi único atajo para poder ver la película sin tener que esperar a cumplir los 17.
Ya una vez en el pueblo, cada pocos días solía desviarme un momento de la ruta hacia la playa para acercarme a las dos salas de cine (según recuerdo estaban al lado la una de la otra) y echar un ojo a la programación que anunciaban para la siguiente semana. Cuando, un buen día, volví a ver por fin el cartel con el huevazo xenomorfo, fue como si me hubiera tocado la lotería. De inmediato propuse a mi abuelo ir a verla, pero él odiaba el género de terror y me contraofertó ir a ver la que daban en el otro cine, “El maestro borracho”, con Jackie Chan, que también tenía pintaza. Joder abuelo, no me hagas esto... durante unos días dudé, en parte porque de repente me dio vértigo enfrentarme a una película que sabía que me iba a asustar de mala manera, en contraposición al confort de poder relajarme y disfrutar con una de chinos ahostiándose. Pero no, llegados a ese punto ya no había marcha atrás: TENÍA que ser “Alien”. Mi abuelo aceptó resoplando.
Los primeros 20 minutos de metraje, hasta que la Nostromo aterriza en el satélite LV-426, me volaron la cabeza. Esa puesta en escena hiperrealista, con una atención milimétrica por cada puñetero detalle. Esa fotografía de una nitidez casi documental. Esa manera de crear claustrofobia desde el primer minuto delimitando el espacio físico (el cosmos, la nave, el planeta), mediante travellings suaves y lentos. Ese desperezarse de la trama, poco a poco, presentando a los personajes a base de verles trabajar y mantener conversaciones mundanas. Esa sensación de “aquí no está pasando nada, pero ya verás cuando pase algo...”. Estaba tan boquiabierto, tan abrumado ante todo aquello, que se me olvidó por completo que me había leído el cómic veinte veces y me sabía el argumento de carrerilla. El lenguaje cinematográfico, tan distinto al de las viñetas, se me tragó.
Los siguientes 95 minutos, hasta que Ripley se viste con ese traje blanco de astronauta que la hace parecer un caballero medieval y mata por fin al dragón, los vi a través de mis propios dedos, tapándome la cara todo el rato. Aquella era una forma de terror nueva para mí, indescriptible e indeterminada, que no tenía nada que ver con el cine de monstruos clásicos que me había tragado hasta entonces, ni siquiera con películas que me habían espeluznado de manera más sutil como “Canción de cuna para un cadáver” o “La noche del demonio”. Ahí estaba “Alien”, rebuscando directamente en el cajón de mis pesadillas y encontrando cosas que yo ni sabía que estaban ahí. ¿Quien coño las había puesto?
No era un terror complaciente, predecible ni con sentido ético. Era inmisericorde e inevitable como una ley natural. Se mofaba de la arrogancia de un ser humano convencido de ser la cúspide de la creación, cuando en realidad estaba completamente infantilizado por la tecnología que él mismo había creado (los astronautas de la Nostromo se despiertan del hipersueño como si fueran bebés gigantes, con pañales y todo) y corría el riesgo de ser borrado del mapa en cualquier momento por otra forma de vida más simple y perfecta, menos cargada de puñetas. El propio androide Ash lo verbalizaba en cierto momento de la película, al describir al xenomorfo como “Un superviviente... al que no afectan la conciencia... los remordimientos... ni las fantasías de moralidad”. Estaba descubriendo el horror cósmico.
Cada muerte de cada miembro de la tripulación me supuso un puñetazo en el estómago. Vale, lo de Kane había sido una putada, y Brett era un idiota, pero Dallas no por favor. Dallas no. Pues ¡Bum!, adiós Dallas. Me impresionó cómo el tipo, un líder fuerte y decidido, perdía los papeles justo antes de morir en los conductos de ventilación (susurrando por el intercomunicador “Sacadme de aquí...”). Los gritos de Lambert mientras el xenomorfo la está matando son posiblemente lo más cerca que he estado nunca de que una escena cinematográfica me traumatizase. Se me encogíó el corazón. Ridley Scott dijo una vez, “Alien mantiene a todo el mundo, todo el rato, a dos pasos de tener un infarto; y cuando digo a todo el mundo, me refiero tanto a los personajes como a la audiencia”. Así fue, justamente, como la experimenté yo a pocas semanas de cumplir 12 años.
Cuando empezaron a correr por la pantalla los créditos finales (punteados por las notas de la Sinfonía nº2 “The Romantic” de Howard Hanson, posiblemente el único detalle luminoso y esperanzador de toda la película) y se encendieron las luces de la sala, estaba como borracho ante lo que acababa de presenciar. Mi abuelo salió del cine musitando “massa sang”. Yo salí cambiado; y si bien, 40 años después de aquello, ya no me atrevo a decir que sea la mejor película que he visto jamás, porque la parte racional de mi cerebro coloca antes otras obras como “2001, una odisea del espacio”, “Ciudadano Kane”, “El tercer hombre” o “Lo que el viento se llevó”, sí que sigo afirmando con rotundidad que es la película que más me ha influido.
En cierto modo, me he pasado la vida rindiéndole homenaje. He acumulado una docena de libros que la analizan del derecho y del revés, además de productos derivados como novelas gráficas, maquetas, juegos de mesa, pósters, parches de tela o camisetas (aunque tampoco tengo la casa forrada con estas cosas, precisamente porque idolatrar la fuente original me hace ser muy exigente con todo merchandising que se hace de ella: no me como cualquier mierda simplemente porque lleve impreso el logo de “Alien”). Escribí, dibujé (y publiqué) un cómic que la parodiaba. La he buscado en todas las demás películas de ciencia-ficción hard que he visto (encontrando a veces detalles destilados que me la recordaban: en "Atmósfera Cero", en "Horizonte Final", en "Pitch Black"...); y, mientras escribo esto, me doy cuenta de que la he usado como libro de estilo inconsciente en casi todas las partidas de rol con temática de terror que he arbitrado (y el terror es, de largo, el género que más he arbitrado), ya fuera para improvisar tramas o para generar desasosiego a los jugadores. "Alien" ha moldeado mis gustos estéticos, mi educación cultural y mi manera de mirar el arte de maneras que posiblemente ni siquiera sabría reconocer.
Todo eso empezó a gestarse en un piso de París, hace ahora cuatro décadas, en una pila de folios con un montón de palabras escritas a máquina. Se cuenta que Dan O'Bannon y Ronald Shusett no querían ir a ver la película terminada al pase de prueba en Dallas. La producción les había dejado mentalmente exhaustos y no excesivamente contentos al ver que, lo que arrancó como su proyecto personal, había acabado compartiendo autoría con tanta otra gente (Ridley Scott, David Giler, Walter Hill, H. R. Giger, Moebius, Chris Foss, Ron Cobb, Carlo Rambaldi, Brian Johnson, Nick Allder, Sigourney Weaver...). Sin embargo, finalmente aceptaron asistir a dicho pase, por cortesía con la 20 Century Fox. Acabaron llorando. Su pila de folios había mutado, como el propio alien, y se había convertido en una obra de arte eterna.
Gracias, Dan. Gracias Ronald. Gracias a todos.
"This is Ripley... last survivor of the Nostromo... signing off."
Un pedazo de hilo que se ha currado el bueno de Chema Pamundi. Nos vemos en la próxima entrada del blog.