PROLOGO
El hombre conocido como “El
Vigilante” no podía hacer nada, solo contemplar como la instalación “secreta”
rusa era asaltada por un grupo de encapuchados.
La imagen en el monitor empezó a
fluctuar y volverse cada vez más borrosa debido a la nieve electrónica.
¡Maldita sea! - Su grito resonó en las solitarias paredes de su guarida. - El
maldito satélite se esta alejando de la zona. No puedo perder de vista a esos
bastardos sin descubrir antes quienes son.
Sus manos se situaron cada una encima
de un teclado, sus dedos se movían a una velocidad increíble, como si cada uno
tuviera vida propia y una visión clara de que debía hacer. El Vigilante empezó
a desplegar su arte, no el arte de un pintor o un escultor que crea una obra de
la fría tela o de la inerte roca, él era un hacker, no era más que eso, era él
hacker y podía moldear la red y crear un arte efímero y que nadie más podía ver.
Sus ojos iban de un monitor a otro,
sus manos tecleaba ordenes indescriptibles para alguien que no fuera “élite” de
la informática. Todo iba extremadamente rápido en el ciberespacio, los comandos
ya estaban reconfigurando las órbitas de varios satélites metrólogicos y las
imágenes de la instalación empezaban a aparecer en la docena de monitores
desplegados en la fría pared de hormigón.
Era frustrante ser el Vigilante y no
poder hacer nada, ver todo y no poder intervenir… odiaba esa parte de su tarea.
Desde su guarida podía ver cualquier lugar del mundo, pero no tenia capacidad
para interactuar directamente con el entorno. Podía controlar semáforos,
cámaras de vigilancia, teléfonos, ordenadores y cualquier aparato electrónico
que estuviera conectado a la Red Internacional. Pero si el asunto requería
estar físicamente en el lugar, la cosa se complicaba, por no decir que era
imposible. Está era una de esas ocasiones en que era imposible hacer nada, así
que simplemente espero delante del monitor que ocurriera el desenlace y activo
el programa de grabación y análisis de datos para reunir toda la información
posible.
Durante la próxima hora, seis
satélites sobrevolarían la zona y serían sus ojos, capturando y grabando
imágenes en alta definición para ser analizadas posteriormente.
Quince minutos después del asalto un
grupo de cuatro personas abandonaron el edificio. Gracias a las cámaras de alta
definición del satélite pudo obtener varias capturas y comprobar que dos personas llevaban una gran caja metálica,
inmediatamente cargan la mercancía en el camión que los había traído y huyen
por la carretera.
La matrícula del transporte era de un
vehículo robado, un callejón sin salida. La única posibilidad era seguir el
vehículo mediante el satélite y con suerte encontraría una pista más fiable al
final del camino. Apenas tardo treinta segundos en reconfigurar uno de sus ojos
en el cielo y modificar de nuevo el rumbo para poder obtener imágenes en vídeo
de la huida del vehículo.
No podía perder tiempo, debía empezar
a reunir un equipo de profesionales para recuperar el contenido de la maleta,
antes de que llegara a su destino.
Desde el confinamiento de su silla de
ruedas, se maldijo por no regresar al campo de juego y ser un simple
espectador… pero rápidamente desecho esa idea, ya no era un jugador, ahora era
el entrenador y debía elegir los mejores jugadores para ganar ese partido. Y
sabía que hombres y mujeres eran necesarios para recuperar la maleta.
Pero serían capaces de trabajar entre
ellos, cuatro perfectos desconocidos, tres hombres y una mujer que poco o nada
tenían en común, excepto las habilidades necesarias para que la misión fuera un
éxito.
Disipo sus dudas, un entrenador no
pierde la fe en sus jugadores y precisamente a estos los seguía desde hace
tiempo:
Una pareja de operativos americanos
esperando ser activados por su gobierno en caso de una grave amenaza para la seguridad
nacional. Él un experto en el combate cuerpo a cuerpo y armamento pesado, ella
una científica especializada en virus y con entrenamiento militar. Pero los dos
no serían suficientes y para ello necesitarían trabajar con otros dos miembros,
Stanislau “el Carnicero de Volvogrado”, un ex-militar que trabaja en solitario
cazando delincuentes y que trabajó para el gobierno ruso y Pietro Santoro, jefe
de seguridad de la familia Santoro, un especialista en seguridad y con
conexiones importantes en la “Cosa Nostra”.
Llego la hora de mover los hilos para
que se encontraran en el lugar y el momento oportunos, pero primero necesitaba no
perder la pista del “paquete”.
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